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martes, 23 de septiembre de 2008

Daniel El Terrible

Fotografia de: Napoleon Habeica

A continuación les dejo la entrevista, que le hacen a Daniel Gimenez Cacho en la Revista GATOPARDO, es la que estuve comentando el pasado sábado 20 de semptiembre en el programa Tan Lejos y Tan Cerca Tramitiendo Desde Australia ya lo saben a las 7:00 am hora de Mexico. www.gatopardo.com


El estreno de Arráncame la vida en septiembre, donde Daniel Giménez Cacho representa el papel del general Andrés Ascensio, es el pretexto para revisar la carrera de este actor que pertenece a la genración que cambió la industria del cine en México. Es un hombre culto, aficionado a la poesía, que ha hecho de sí una leyenda por sus escándalos públicos, su afición al alcohol y por no callarse lo que piensa.


Por Mónica Maristain | Septiembre


Es el año 2004 en Ciudad de México. Daniel Giménez Cacho tiene en las manos la obra traducida al español
Sexo, drogas y rock and roll del autor armenio–americano Eric Bogosian. El pulso y el mentón le tiemblan como si fuera un niño a punto de llevar la maltrecha libreta de calificaciones a su padre. En la puerta de la casa del director Antonio Serrano, en la colonia Condesa, Giménez Cacho se encuentra con su viejo amigo un mediodía nublado. Comienzan a hablar sin mirarse a los ojos luego de muchos años de enemistad y silencio mutuo.

Ya no recuerdan por qué fue exactamente la pelea, pero sí que tuvo episodios pasionales, como un pleito a puñetazos entre una pareja de Antonio Serrano y el actor por un asunto de celos, así como una fiesta de cumpleaños de Antonio a la que Daniel no había sido invitado, pero a la que quiso entrar de todos modos acompañado de un grupo de personas desconocidas para el festejado. El distanciamiento, que duró más de una década, daba fin a una de las complicidades más creativas del joven teatro mexicano.

Giménez Cacho conoció a Serrano en París a mediados de los años ochenta. Daniel estaba de gira con una obra de la directora Jesusa Rodríguez, Donna Giovanna, y Serrano vivía en Italia, pero había ido a Francia para mirar esa ópera que despertó mucho interés internacional.

Luego se encontraron en México, en un taller teatral, donde la amistad se hizo más sólida y más tarde Serrano invitó a Daniel como actor principal de Doble cara (1988), una obra basada en El hombre que fue jueves del humorista inglés G.K. Chesterton. Aquélla resultó la pieza teatral que reunió a buena parte de la nueva generación de actores nacidos en los años sesenta. Era un grupo unido, intenso e intelectualmente curioso, que se sentía heredero del gran movimiento teatral mexicano de las décadas anteriores, encabezado por directores como Julio Castillo, Héctor Mendoza y Juan José Gurrola. Estaban, por ejemplo, obsesionados con la idea de sacar el teatro de los auditorios. Doble cara tenía lugar en el estacionamiento del entonces edificio abandonado del Hotel de México. También hacían de la transgresión a las buenas costumbres una especie de religión que practicaban dentro y fuera del teatro. Les encantaba crear situaciones socialmente tensas y su estrategia favorita era desnudarse en las fiestas, entre otros excesos. Fue en esa época que Giménez Cacho comenzó a construir la leyenda que todavía lo persigue, con su afición al alcohol y a los escándalos públicos y privados en las diversas familias artísticas y disfuncionales que lo fueron adoptando como hijo pródigo incombustible y a menudo insoportable, en partes iguales.

Después de Doble cara, Serrano montó Sexo, pudor y lágrimas (1990), que trata de las obsesiones, deseos y miedos sexuales de un grupo de jóvenes a punto de llegar a los 30. En la obra, Giménez Cacho, que hacía el papel del eterno adolescente que no sienta cabeza pero tampoco compromete sus principios, se desnudaba sin ningún pretexto, en medio de una escena, creando la misma incomodidad que en la vida real. La obra resultó un éxito rotundo. Estuvo seis años en la cartelera y la fueron a ver nueve millones de personas, demostrando la habilidad de Serrano para captar el espíritu de los jóvenes de clase media.

Después de la ruptura, Giménez Cacho y Serrano tuvieron carreras con luces y sombras. Serrano, por ejemplo, fue el director de Mirada de mujer (1997), adaptación de una novela colombiana que cuenta la relación de una mujer mayor y divorciada con un joven sensible y de buen corazón, y que mantuvo en vilo a miles de televidentes. Dos años después hizo su debut en el cine con la adaptación de Sexo, pudor y lágrimas (1999). La película tuvo un reparto distinto porque, según Serrano, los actores originales habían dejado de tener 30 años y así la historia volvía a ser virgen. Se convirtió en uno de los mayores éxitos de taquilla en México.

Giménez Cacho apareció a principios de los noventa en la ópera prima del director Alfonso Cuarón, Sólo con tu pareja (1991). Al lado de Claudia Ramírez, protagonizó esta comedia romántica cuyo nombre hacía referencia a un comercial de televisión de la lucha contra el sida. Sólo con tu pareja retrataba la vida de dos personajes jóvenes de la clase media citadina; tocaba un tema casi tabú para la época —el sida—; se mostraba, aunque de manera limitada, paisajes de Ciudad de México como aquella escena en la Torre Latinoamericana en la que los protagonistas planean suicidarse; y se burlaba de los prejuicios y el machismo mexicanos. La película marcó el regreso del público a las salas de cine para ver filmes mexicanos y arrancó las carreras no sólo de Alfonso Cuarón y su hermano Carlos, el guionista, sino del cinefotógrafo Emmanuel Lubezki —años después nominado a un Oscar por Sleepy Hollow—, y del mismo Giménez Cacho. Después vinieron Cronos (1993) de Guillermo del Toro y más tarde El callejón de los milagros (1995) de Jorge Fons. En todas esas películas —y en otras donde no estuvo Giménez Cacho como Como agua para chocolate— empezó esa nueva generación de actores que en gran parte siguen haciendo hoy el cine mexicano y que abrió el camino para otros más jóvenes como Gael García y Diego Luna.

En 1996 hizo Profundo carmesí, una película de Arturo Ripstein en la que compartía créditos con Regina Orozco. Acá sale de gigoló de cuarta, el papel que le dio su primer Ariel. La película ganó además un premio del Festival de Venecia, tres en el de La Habana y una mención en Sundance. Para entonces ya nadie dudaba de que era uno de los grandes actores de su generación. En 1998 regresó a la televisión con la telenovela Demasiado corazón producida por Argos y poco después apareció en la cinta El coronel no tiene quien le escriba (1999) con Salma Hayek; narró Y tu mamá también (2001) y luego apareció en un par de filmes no muy exitosos como Vivir mata (2002) y Nicotina (2002), donde comparte cartel con Diego Luna.

En 2004, después de hacer el papel de sacerdote en la película de Pedro Almodóvar, La mala educación, Giménez Cacho estrenó Sexo, drogas y rock and roll en el teatro del Polifórum Cultural Siqueiros. Se trataba de un monólogo donde Giménez Cacho hacía varios papeles, todos relacionados con hombres entrados en los 40 años, con y sin éxito, arrasados por sus propios excesos. La obra pasó casi inadvertida, pero tuvo un significado especial, no sólo porque marcaba la reconciliación de dos viejos amigos, sino también porque era un espejo de la vida de Giménez Cacho, una reflexión sobre cómo envejece un rebelde. “En Sexo, drogas y rock and roll me interesaba enfrentar ciertos fantasmas —dice Giménez Cacho—. Cosas que pude hacer conscientes de mí a través del texto”.

Inmolándose, autodestruyéndose, haciendo sentir mal a mucha gente, Giménez Cacho fue durante mucho tiempo la voz de cierta conciencia colectiva, como el niño o el borracho que siempre grita la verdad que los demás no se atreven ni siquiera a balbucear. Esa sinceridad a destajo, si bien no lo hizo nunca buena persona, le otorgó la inmunidad de que gozan los pocos seres que en este mundo se animan a decir lo que realmente piensan o sienten.

Cuando Giménez Cacho tomaba vacaciones con Antonio Serrano y ocasionales amigos y colegas, todos ligados al arte escénico o cinematográfico, era crítico feroz de las parejas del director de Sexo, pudor y lágrimas, a menudo efebos relucientes pero poco formados intelectualmente. En rueda de amigos suele jactarse de que en una ocasión llegaron a prohibirle a Serrano aparecer con alguno de sus novios en las vacaciones.

“Es que ya sabemos cómo es Daniel y así lo queremos”, admite con ternura Diego Luna, que lo conoce desde niño, cuando en las partidas de dominó que se hacían en la casa de su padre, el escenógrafo Alejandro Luna, Diego se quedaba despierto hasta la madrugada, a menudo apostando dinero. A pesar del profundo amor que los une, o quizá por ello, Daniel suele ser feroz con Diego. En una reciente fiesta en La Bipolar, el restaurante que Luna montó en Coyoacán, lo increpó duramente y a voz en cuello por la aparición del joven actor en una publicidad de American Express. Aunque siempre duelen, los despropósitos públicos de Giménez Cacho son tomados como de quien vienen. Se multiplican cuando el actor no es el centro en una reunión, por ejemplo, circunstancia que lo puede poner muy nervioso, casi desesperado y suelen ser fruto de su propia inseguridad, casi de manual del primer año de psicología aquel que tira bombas atómicas por miedo a ser herido con un alfiler de costurera. Al fin y al cabo, como se encarga de decir: “Hay que matar a los objetos del deseo antes de que nos maten; en defensa propia”, que es una manera de encontrarle la vuelta a aquello tan dicho de “quien te quiere más te hiere”.

El cura de La mala educación es voluble y contradictorio en sus odios y amores. De Gael García y Diego Luna ha dicho en forma casi simultánea que “tienen la cabeza muy bien puesta”, al tiempo que al primero lo ha criticado anchamente por la poca predisposición y reconocimiento demostrados hacia su amado Pedro Almodóvar y al segundo le ha cuestionado hasta su motivación actoral. “No lo he visto actuar últimamente, pero creo que él no tiene su preocupación centrada en la actuación. Le gusta, pero nunca estuvo preocupado por el tema de la actuación; qué se hace, para qué se hace, la construcción de personajes no es algo que le inquiete. Lo que tiene es muchísimo ángel”, opina Giménez Cacho de Luna.

El actor de Y tu mamá también suele disculparlo: “Porque al fin y al cabo lo quiero un chingo a ese cabrón —dice—. Te duele que personas que tú admiras y quieres tanto te ataquen, pero es algo a lo que me he acostumbrado y por otra parte ya me había advertido mi padre que iba a resultar difícil o casi imposible lograr algo de reconocimiento de mis pares mexicanos”, agrega. El que suele enfrentar mucho a Giménez Cacho en público es el actor Jesús Ochoa, aunque es cierto que no los une una amistad tan profunda, por lo que los enojos o reprimendas de Chucho no suelen afectar demasiado a Giménez Cacho. Cuando despidió a Martín Altomaro de la obra Estás ahí, que dirigía, la ira de Ochoa se cebó en una fiesta de cumpleaños de un amigo en común. Casi llegan a las manos como resultado de una pelea a puños a la que Ochoa desafió a Giménez Cacho y de la que éste no acusó recibo.

Algunas mujeres de su vida no suelen ser tan comprensivas ni indulgentes como Luna a la hora de juzgar la desaforada personalidad del actor. La diseñadora Tolita Figueroa, por ejemplo, que fue pareja durante muchos años de Giménez Cacho y que es ahora la compañera sentimental de Alejandro Luna, no le dirige la palabra desde hace tiempo. La dramaturga y directora teatral Lorena Maza, con quien estuvo a punto de casarse, pierde los estribos cuando escucha su nombre. “Si él entra por una puerta, yo salgo inmediatamente por la otra”, me dijo en una oportunidad.

Daniel ha tenido y tiene —aunque cada vez menos— comportamientos monstruosos y reñidos en forma y contenido con la convivencia social. Llamar públicamente a Rebeca Jones, “Rehueca”; reírse de un pastel —y luego tirarlo a la basura— que le cocinó a su hija una actriz segundona que lo perseguía con fines amorosos; decir a voz en cuello “Susana Zabaleta me chupa la trompeta”, para ejemplificar el grado de disgusto que le ocasionó compartir cartel con ella en Vivir mata, logran, cuando menos, el odio profundo de los próximos. Un chiste entre sus conocidos hacía referencia a que él no iba por la vida haciendo amigos sino víctimas, y aunque no deja de ser una verdad a medias, aquello que condena a Daniel Giménez Cacho, también lo redime.

Los casos de las chicas que lo han seguido sin esperanzas (Giménez Cacho cuenta que cuando una periodista muy conocida de la cadena Televisa lo conoció le dijo: estoy saludando al hombre con quien me voy a acostar esta noche), por ejemplo, no hacen más que demostrar qué tan dispuestas están las personas a sufrir humillaciones públicas o privadas con tal de dejarse alumbrar por algo de la luz que emana un artista como Giménez Cacho.

Soberbio, clasista y al mismo tiempo defensor crónico de las causas de izquierda, el artista proveniente de la clase alta mexicana no dudaba en repetir aquel chiste nacido en Polanco que criticaba la presencia de las empleadas domésticas en la televisión, cuando personajes como Toñita o Erasmo Catarino se adueñaban del rating con La Academia (ya no tenemos chachas ¿dónde están las chachas? Están en la televisión).

¿Por qué una persona tan particularmente irritante, irrespetuosa, falta de piedad con los semejantes, que como amigo se caracteriza por no poder casi nunca contar con él, es cíclicamente perdonado y la mayoría de las veces más amado que odiado?

Inmolándose, autodestruyéndose, haciendo sentir mal a mucha gente, Giménez Cacho fue durante mucho tiempo la voz de cierta conciencia colectiva, como el niño o el borracho que siempre grita la verdad que los demás no se atreven ni siquiera a balbucear.

La cercanía con Daniel revela siempre a una personalidad fascinante. Es un gusto oírlo hablar de música, de literatura, de cine, de política, temas donde su intensidad se despliega redonda y contagiosa. Su talento como actor es reflejo de un compromiso con su oficio muy pocas veces visto, acaso sólo aplicado a ese puñado de personas que pueden ser considerados genios sin temor a exagerar.

Es verdad, muchas veces ha jugado al abismo, quizá por exceso de amor y de manos llenas, dando la idea equivocada de un tipo al borde del precipicio, acaso el personaje torturado que más le gustó representar en su juventud y primera madurez. Erraron los que creyeron en su postal de tipo desarticulado y valemadrista. Los que lo conocen bien, saben que puede romper en una noche toda la vajilla del anfitrión, apagar —como cuenta Santiago Auserón, el creador de Radio Futura— cigarrillos en la alfombra y gritar a voz en cuello que dentro de dos segundos pondrá una bomba en el Kremlin. Al día siguiente, si toca ensayo, como un soldado Daniel será el primero en llegar.

De niño, Giménez Cacho “jugaba a hacer bombas molotov, a hacer pólvora, a masturbarme ocho veces al día, a hacer experimentos, tenía mucha soledad para hacer todo eso. Tenía también mucha libertad para estar en la calle, para fumar, para andar en bicicleta a la hora que fuera”, cuenta. Una tarde su madre lo reprendió fieramente cuando encontró la sala despanzurrada y las tripas del sofá principal rodando por el piso, pero ése no sería ni el primero ni el último de los rezongos maternos destinados a un niño que tenía tendencias pirómanas y una sofisticada inclinación a desafiar a la autoridad.

El jefe de familia, un hombre adusto, muy bien parecido, hoy un octogenario lúcido que vive en Cuernavaca, llegó de España en los años cuarenta, pobre y exiliado, con los sueños quebrados por la Guerra Civil primero y por la victoria franquista después. Luis Giménez Cacho, que conoció a Julia, la madre de Daniel, en una compañía de teatro (“Ella tenía la cara tiznada y los dientes negros, para simular que era chimuela”, recuerda don Luis), renunció a toda veleidad artística al llegar a México. Se propuso hacer fortuna y lo consiguió. Daniel nació en cuna de oro. Es el quinto de seis hermanos. El mayor, Luis Emilio, sociólogo y ex alto funcionario del Instituto Federal Electoral, y la tercera, Carmen, directora de arte cinematográfico (El crimen del padre Amaro), son sus hermanos más cercanos. Esa circunstancia no impide que su hermana Jimena, acaso una de las mejores cellistas que dio México en los últimos 20 años, o que Julieta, funcionaria del museo Franz Mayer, exquisita y culta, bellísima, o que la pequeña Marisa, directora de Teatro Infantil del inba, adoren a Daniel y se desvivan por el hermanito descarriado.

Su madre Julia, a la que en broma siempre llama “la única mujer de mi vida”, murió a mediados de los años ochenta víctima de un derrame cerebral fulminante. Ella se había constituido en el principal estímulo para que Giménez Cacho alcanzara el sueño de convertirse en actor.

Giménez Cacho se dio cuenta de que quería dedicarse a la actuación cuando dejó la carrera de Física, estaba con una severa crisis vocacional y comenzó a tomar clases de teatro. “Lo sentí en el cuerpo —dice—. Sentí como si llevara muchos años de estar dormido y que ahí se despertaba. Era ése, sin duda, el lugar donde tenía que estar. Eso me conectó con mi yo de niño, empecé a tener como una idea más global de lo que era yo y no una cosa tan fragmentada, más bien de idea, de adónde quería ir, pero que no era yo. Eso fue físico, el cuerpo y la sensación física fueron los que me dijeron por aquí, desde entonces le tengo mucha confianza”.

Cuando se lo comunicó a los padres, se llenaron de horror. “Mi mamá me apoyó más —dice—. Ella era de la idea de dejarnos en paz mientras nos viera contentos, pero mi papá estaba lleno de horror y preguntándose de qué iba a vivir y diciendo que iba a terminar debajo de un puente con un perro y un violín.

La pérdida de su madre sacó a Giménez Cacho de órbita y de centro. En la actualidad, convertido en padre de familia y esposo, con 47 años muy bien llevados, Giménez Cacho no puede evitar los momentos de congoja al hablar de Julia. Con su padre, que quería que fuera ingeniero, científico, hombre de provecho, pero nunca actor, mantiene una relación tensa, de rivalidad que no cesa. Don Luis, que hizo el sacrificio de venir de Cuernavaca para verlo en el unipersonal Sexo, drogas y rock and roll es austero en los aplausos y sincero en sus exigencias artísticas. “El teatro es Shakespeare y nada más”, suele decir a menudo.

La verdadera mujer importante en su vida es Maya Goded, una hermosa fotógrafa de carrera fulgurante, miembro del exclusivo staff de la Agencia Magnum y madre de María y Lucio, dos preadolescentes avispados, amantes de la naturaleza y los animales, chicos inteligentes y buenas personas. La esposa es su cable a tierra. Basta con ver la transformación que ostenta el actor cuando ella entra en escena para entender el grado de comunicación profunda que existe entre ambos.

Esta cronista fue testigo de una de esas borracheras demenciales del actor, que terminó en la destrucción de la vajilla de la anfitriona. Cuando Goded arribó a la fiesta, Giménez Cacho tuvo un ataque de sobriedad que le duró el resto de la velada. Por algo están juntos desde hace casi 20 años, compartiendo hijos, perros y proyectos en una casa grande y con jardín en Coyoacán.

Algunos de sus amigos cercanos se juntan alrededor de un proyecto que ya tiene 17 años de edad. A principios de los años noventa ese grupo interesado en el teatro recibió generosamente una casa que heredó la galerista Mariana Pérez Amor en los límites con la Zona Rosa. Como no tenían dinero para remodelarla y construir un teatro, como querían, a Giménez Cacho se le ocurrió abrir un bar. Obviamente, Giménez Cacho era un experto en el tema: le encantaban los bares y odiaba algunos aspectos de la vida nocturna de la ciudad, como las colas frente a las cadenas o las bebidas adulteradas. El entonces regente de la ciudad, Manuel Camacho Solís, les dio el permiso necesario para abrir el sitio, con tanto éxito, que hasta los lunes en la noche había colas para entrar. Intrigada por el asunto, la policía se acercó más de una vez para mirar qué más se vendía en ese local. El Milán se convirtió en un lugar emblemático de las juventudes noventeras, quienes todavía recuerdan con cariño el nopal de tela y espinas de alfiler detrás de la barra, los milagros, es decir, los papeles en forma de billete que se usaban como moneda en el bar, los ligues y la música, tocada por luminarias como Lynn Fainchtein, entonces locutora de Rock 101.

Al bar Milán, que todavía funciona, está ligado el actor Gabriel Pascal. “Pascal es como mi hermano. Me tiene mucha paciencia y funcionamos muy bien en la tarea cotidiana”, dice Giménez Cacho. Con las ganancias del bar, el dramaturgo David Olguín, el diseñador gráfico Pablo Moya, la actriz Laura Almela, Pascal y Giménez Cacho fundaron la editorial El Milagro, que ha publicado ediciones de los libros clásicos para actores, guiones cinematográficos, catálogos y obras de teatro traducidas al español mexicano. El Milagro, que también funciona como compañía teatral, ha puesto en escena obras como El homosexual o la dificultad de expresarse y Eva Perón. Este año abrió el teatro con el mismo nombre. El Milagro pretende ser un nuevo tipo de teatro que promueva el género en la colonia Juárez con descuentos hasta de 75% para los residentes, y donde los actores, técnicos y productores reciben salarios desde los ensayos previos al estreno. En el mapa afectivo de Giménez Cacho, la gente de su bar y de su teatro funciona como una segunda familia, fiel, constante y amorosa.

Pocos conocen la afición poética de Giménez Cacho. Él es una especie rara de actor que dice la poesía con una convicción autoral, aunque se declara incapaz para construir un poema propio.

Tiene, eso sí, gustos caros a sus más íntimos sentimientos y se deja acompañar por bardos según la época, según la película. Cuando filmó a las órdenes de Almodóvar, se había obsesionado con Manuel Altolaguirre y andaba con un libro de portada roja debajo del brazo. También tuvo en ese entonces su etapa Luis Cernuda y compró unos cuantos ejemplares de Música cautiva, la antología poética, para regalar a los amigos. Sin embargo, en esa época nada lo conmovió más que la poesía de José Carlos Becerra, el poeta tabasqueño fallecido trágicamente cuando tenía 34 años, en un accidente automovilístico ocurrido en una carretera italiana. Giménez Cacho se había procurado un ejemplar viejo de El otoño recorre las islas. En las páginas amarillentas, prolijamente y a lápiz, Giménez Cacho marcó los versos que lo impresionaron. Sin tener en cuenta la diferencia horaria entre Europa y América, llamaba cuando en México era la madrugada para recitar el poema del día. Cuando del otro lado nadie levantaba el auricular, dejaba grabaciones en el contestador.

En 2004, Daniel filmó Perder es cuestión de método, a las órdenes del colombiano Sergio Cabrera. Fue la etapa Raúl Gómez Jattin, el poeta nacido en Cartagena de Indias. La fiebre fue alta y las cuentas de teléfono abultadas por las llamadas internacionales. Misma pasión por el poeta colombiano, podemos encontrar en Carlos Monsiváis, o en el periodista argentino Leonardo Tarifeño, que hace menos de un mes lo recomendó con fervor en su blog.

En el libro Conversaciones con Al Pacino, de Lawrence Grobel, una escena en el lobby de un hotel revela el fervor evidenciado por un fan ocasional del actor. El único detalle es que el admirador le dice Bobby y lo felicita por muchas películas que en realidad fueron hechas por De Niro. Pacino jamás contradijo al cazador de autógrafos y firmó una servilleta tomando prestada la identidad de De Niro.

Giménez Cacho ha firmado unos cuantos autógrafos en nombre de cualquiera de los tres hermanos Bichir, a veces como si fuera el esposo de Rebeca Jones, Alejandro Camacho, y saludado una que otra vez como un apócrifo Roberto Sosa. El asunto lo divierte y le demuestra lo bueno que sería en su caso pasar inadvertido, que es lo que sueña a menudo, precisamente para poder hacer lo que quiere sin temor al juicio de su público.

“No me gusta no poder pasar inadvertido. Requiere de mucha conciencia de todo lo que hago, para evitar las malas consecuencias. La parte que me gusta de mi trabajo es la de poder relacionarme con gente de todo el mundo, ir a trabajar a otros países, ganar buen dinero”, admite.

Junto con Damián Alcázar, Daniel es uno de esos actores considerados modelos para las nuevas generaciones y no falta el que lo llame maestro o el que se considere su discípulo en lo que hace al oficio de intérprete.

“No lo creo del todo. Por ejemplo, para juzgarme, sí veo cierta evolución, creo que cada vez lo voy haciendo mejor; pero, no creo ser tan extraordinario. No sé si sea una defensa o porque realmente no lo creo o porque veo actuaciones y digo que tal cosa no puedo hacerla”, expresa con sinceridad creíble.

En 2004, antes de comenzar a filmar La mala educación, Daniel se mostraba socialmente intratable y el consumo de alcohol, al que había sido tan afecto en su juventud, parecía haber regresado como un problema insoluble. En la Muestra de Cine en Guadalajara de ese año, le tiró un vaso de refresco en la cara al actor Alejandro Tommasi, acusándolo de vendido y de traidor. Juntos habían estudiado teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam y quizá habían compartido sueños que en la visión de Giménez Cacho su ex compañero no siguió al optar por una carrera comercial y televisiva. El incidente fue grabado y transmitido por Televisión Azteca, que se hizo su otoño con el episodio. Aunque el actor nunca dejó de beber, fue haciéndose cargo de su problema hasta controlarlo. En una entrevista para Playboy México, en septiembre de 2006, Giménez Cacho sostiene una profunda charla a propósito del alcoholismo con su amigo el dramaturgo Hugo Hiriart. En la entrevista de marras, Giménez Cacho admite ser un “borrachín”, calificación que Hiriart, un ex alcohólico, presenta como un grado previo a la adicción que necesita ser enfrentada con la abstinencia total.

Giménez Cacho suele bailar solo. En antros adonde no irían muchos de sus colegas, alcanza su máximo nivel de tolerancia alcohólica y le guiña el ojo a los meseros cuando éstos le preguntan qué tal estuvo eso de besar a Salma Hayek.

Llora con los boleros de Álvaro Carrillo y se sacude el alma con la voz de cristal de Jimmy Scott. Hubo un tiempo en el que leía vorazmente a Pessoa; ahora está interesado en descubrir a fondo la pluma de María Zambrano. Es afable hasta la desesperación y rebelde hasta el cansancio. Dice muchas veces que sí, aun en riesgo de caer en ridículo, como cuando una reunión de la llamada “literatura erótica” lo condenó a leer un poeta que ignoraba. Se trataba del español José Ángel Valente, fallecido en el año 2000, y por quien Giménez Cacho preguntó si se encontraba ahí esa noche.

Otra vez que dijo que sí, sin saber muy bien a dónde se metía, sucedió hace un par de meses, durante la sesión de fotos que ilustran el artículo de esta revista. Los editores pensaron que sería buena idea hacer que Giménez Cacho representara ante la cámara la leyenda que lo rodea como hombre de bebidas fuertes, mujeres guapas y fiestas desaforadas. Llamaron a Napoleón Habeica, un joven fotógrafo que ha hecho una carrera ascendente con sus imágenes sexys y perturbadoras de mujeres–niñas. Contrataron a dos modelos brasileñas, hermanas gemelas, y decidieron hacer la sesión de fotos en la tienda de antigüedades de Daniel Liebsohn para poner la escena en un ambiente recargado. La primera sesión de fotos se canceló porque Habeica, que había tenido una reciente intervención quirúrgica, se comenzó a sentir mal y terminó de nuevo en el hospital. Una semana después todos se volvieron a reunir. La sesión de fotos comenzó a tomar vuelo y Habeica, que ya pedía a las modelos que se quitaran lo poco que las cubría, ordenó a los asistentes, maquillistas, estilistas y editores que abandonaran el cuarto para terminar la sesión de manera privada.

Todos estaban intrigados por los resultados, pero Giménez Cacho parecía más bien preocupado. Se le enviaron las fotos cuando estuvieron listas. Su representante pidió retirarlas. Hubo una reunión en la editorial para entender el prurito de Giménez Cacho. ¿Por qué un rebelde, conocido por sus desnudos como forma de transgresión, tenía reservas con las fotografías? “Porque ése no soy yo”, dijo. Se le podía acusar de cualquier cosa, menos de ser un putañero de whisky y smoking. A tono con esa pasión nietzscheana que lo caracteriza, ninguna cuota extraordinaria de fama le ha hecho perder el rumbo que lo ha llevado a ser “basto y visible: para nada sofisticado”.

A continuación les dejo el trailer de la Película Arráncame la Vida













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